a orillas del monte,
hay una casica
como una flor blanca
rodeada de almendros.
¡Y es tan rebonica!
Sus cuatro paredes
desprenden retazos
de tiempos pasados,
de carros, de mulas,
de cargas de uva,
de vida y trabajo.
Cobija su techo...
su porche, su cuarto,
su aljibe, su cuadra,
su poyo y la chimenea
donde mi madre guisaba.
Me gusta ir a verla
porque la hizo mi abuelo,
mi abuelo Molina.
Me gusta ir a verla
porque yo en su puerta
de niña jugaba.
Me subía al monte
desde allí cantaba.
Mi padre y mi hermano
un coche me hicieron
con un capacico
pa que yo montara.
Y con trenzas de majas
de esparto, por el caminico,
mi hermano del coche tiraba.
Hoy he vuelto a verla,
y al estar cerquica
un tumulto de emociones
sentí al verla tan linda.
Aquella casica
que hizo mi abuelo
en aquellos tiempos
rodeada de viñas,
parece una novia,
está remozada.
Me gusta ir a verla
y al pisar las piedras
que su porche guarda.
Fluyen a mi mente
aquellos recuerdos
que llevo muy dentro,
muy dentro del alma.