martes, 4 de diciembre de 2001

Rita

Apoyada en tu bastón
te vi caminando lentamente,
mi brazo te ofrecí
para acompañarte.

Tú, con una ternura
infinita, me dijiste:
“No te molestes, hija,
puedo ir sola.”

Te vi triste y cansada
no quise dejarte,
y cogida de mi brazo,
te acompañé hasta tu casa.

Me ensañaste la cocina,
tu cuarto, la sala,
y tú, con esa ternura
gracias mil veces me dabas.
Al irme te di un beso,
feliz marché de tu casa.

Mas la vida que tiene
tantas cosas hermosas,
incomprensiblemente
en un instante,
se torna dolorosa.

¿Por qué, al día siguiente
casi a la misma hora,
vieron mis ojos
tu esquela mortuoria?
¿Por qué?

Una sensación de impotencia
recorrió todo mi ser.
Ayer, te acompañé,
hoy, has muerto,
y yo...
No lo puedo creer.

Dios te eligió
y quiso llevarte,
a mí me brindó
hermosa ternura
que tú me dejaste,
cuando aquella noche
te ofrecí mi brazo
para acompañarte.