Deliciosa aquella tarde,
de aquel hermoso mes de mayo,
el lugar, es un edén,
de bellas flores rodeado.
De árboles llenos de vida,
sencillos y hermosos geranios,
y enredados en las verjas
suben las ramas trepando.
Anfitrionas, dos hermanas,
graciosas como ellas solas
Obdulia y Ana,
y al entorno de una mesa,
cuatro tazas de café
una tabla de parchís
y una agradable merienda.
Y al ritmo del pín, pán, pún
del catapún candela,
dando vueltas con las fichas
que te mato, que me matas,
que yo gano, que no llegas,
que cuento diez y ahora veinte
y que de nuevo al corral
a esperar que salga el cinco
y otra vez a dar la vuelta.
Y en el centro de este ambiente
Agustina, amiga de Ana y Obdulia
pero... Alto ahí... ¡No creáis
que solo es vuestra!
Que con el hilo y la aguja
allá en los años sesenta,
conocí yo a Agustina.
Que entre ojales y entretelas,
entre bolsillos y mangas,
hilvanes, cuellos, portezuelas,
forros, bajos, bocamangas,
volantes y sobrehilados, junquillos,
bastas, plisados, pestañas,
pespuntes y más pespuntes,
hombreras y más hombreras.
Gafetes, presillos, botones,
presiones, ojales y etc., etc., etc.
se formó tal enrredije,
del que nació para siempre
una amistad sincera.
Casi “na” menudo rollo
he “formaó”
“pa” solo querer decir;
que en el puerto de Jumilla,
una tarde primorosa de un
hermoso mes de mayo,
la pasaron cuatro “tías locas”
dándole vueltas al dado.
Bueno, ahora, con mucha
formalidad y en virtud
de un sentimiento
y con plena lucidez
os quiero a las tres decir;
gracias por aquella tarde,
gracias por vuestra amistad
yo me muestro como soy
y de corazón os digo;
aquí está Ana Antonia
“pa” lo que queráis mandar.