lunes, 3 de junio de 2002

Una tarde de mayo

Deliciosa aquella tarde,
de aquel hermoso mes de mayo,
el lugar, es un edén,
de bellas flores rodeado.

De árboles llenos de vida,
sencillos y hermosos geranios,
y enredados en las verjas
suben las ramas trepando.

Anfitrionas, dos hermanas,
graciosas como ellas solas
Obdulia y Ana,
y al entorno de una mesa,
cuatro tazas de café
una tabla de parchís
y una agradable merienda.

Y al ritmo del pín, pán, pún
del catapún candela,
dando vueltas con las fichas
que te mato, que me matas,
que yo gano, que no llegas,




que cuento diez y ahora veinte
y que de nuevo al corral
a esperar que salga el cinco
y otra vez a dar la vuelta.

Y en el centro de este ambiente
Agustina, amiga de Ana y Obdulia
pero... Alto ahí... ¡No creáis
que solo es vuestra!

Que con el hilo y la aguja
allá en los años sesenta,
conocí yo a Agustina.

Que entre ojales y entretelas,
entre bolsillos y mangas,
hilvanes, cuellos, portezuelas,
forros, bajos, bocamangas,
volantes y sobrehilados, junquillos,
bastas, plisados, pestañas,
pespuntes y más pespuntes,


hombreras y más hombreras.
Gafetes, presillos, botones,
presiones, ojales y etc., etc., etc.
se formó tal enrredije,
del que nació para siempre
una amistad sincera.

Casi “na” menudo rollo
he “formaó”
“pa” solo querer decir;
que en el puerto de Jumilla,
una tarde primorosa de un
hermoso mes de mayo,
la pasaron cuatro “tías locas”
dándole vueltas al dado.

Bueno, ahora, con mucha
formalidad y en virtud
de un sentimiento
y con plena lucidez
os quiero a las tres decir;
gracias por aquella tarde,
gracias por vuestra amistad
yo me muestro como soy
y de corazón os digo;
aquí está Ana Antonia
“pa” lo que queráis mandar.