El albaricoquero que plantó
el abuelo Paco, quedó solo
a la orilla del bancal
en la reguera;
desde lejos se divisaba
su silueta mejestuosa.
Y en cada primavera
lucía con orgullo,
su fruto rico y jugoso.
Pero sus ramas, poco a poco
iban adoleciendo
el paso de los años;
sus raices,
retorcidas en la tierra
no podían impulsar
la savia que del tronco
hasta las ramas subiera,
en otros tiempos vigorosa.
Se moría el viejo árbol,
viejo, como viejo
se fue el abuelo Paco.
De sus ramas verdes
ya no cuelgan sus dorados frutos,
no da sombra,
y no ves su figura
cuando vas por el camino.
¡Ya no está!
¡Si de una raíz perdida
pudiera una rama brotar,
y volvieras a la vida...!
Y te viéramos crecer
y volver a darnos fruto,
y a tu sombra descansar.
Y en la memoria fundidos
volvieron juntos a estar,
árbol y abuelo otra vez.
sábado, 30 de mayo de 1998
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